Rafael Casanova Fuertes*
“Varios calandracas, entre ellos Dámaso Souza, Juan Lugo, Ventura y Raimundo Selva, Teodoro Mora y sobre todo el muñidor Casimiro EL Borgen, acordaron resucitar las pretensiones ya extinguidas de la raza indígena y valerse del mencionado Miguel Cisneros alias “Changoringo” para la farsa. Fácilmente lo persuadieron de que era el heredero de los viejos caciques y que a él le correspondía el gobierno y el trono. Y para que no dudara le prepararon una ceremonia ridícula, pero efectiva para interesar la ambición de los indios. Impusieron una corona de rosas y en medio de una algarada le proclamaron rey. Se oyeron gritos de ¡Viva el rey Changoringo!” (Chamorro Zelaya, P. J. 1960 p.137).
De esta manera describió el historiador Chamorro Zelaya, los acontecimientos ocurridos en Xalteva, Granada en agosto de 1848. Sin embargo, la ceremonia resultó ser más efectiva que ridícula, porque según las fuentes originales, el día 11 de agosto, el mencionado Miguel Cisneros alias Chingoringo (sic) concitaba a los vecinos de Xalteva para (…) que fuesen a destruir las cercas de las haciendas de varios individuos de esta ciudad (Granada) citas en Malacos…(Zelaya y otros 1945 p.87).Cisneros fue finalmente encarcelado por las autoridades junto a varios de sus seguidores, los xaltevanos continuaron sus luchas, que incluían el rescate de sus posesiones usurpadas y el retorno a su condición de alcaldía indígena e independiente de Granada.
La civilización excluyente versus sobrevivencia indígena. Aun cuando se había dado un violento proceso de destrucción demográfica en contra de la población autóctona en el siglo XVI y de desestructuración violenta de sus formas de vida y sistemas de creencias, en el Pacífico Centro-Norte del territorio por esta época, la población indígena sobreviviente siguió siendo el ingrediente étnico mayoritario por encima de los demás componentes. Si bien se habían perdido la mayoría de las lenguas originales, se mantenía en vivo lo indígena en las costumbres, en el vestir en la dieta en las prácticas sincréticas religiosas, actividades sociales y económicas de autoconsumo. Debe de recordarse además que pese a las muchas presiones a que fueron sometidas las comunidades, sus culturas y sus formas tradicionales de propiedad después de 1821 éstas aún eran mayoritarias. En los pueblos de indios, ellos lograron preservar gran parte de su sistema de vida prehispánico.
Este universo tradicional se contraponía en gran medida a modales y costumbres, formas de vida de criollos blancos, y algunos mestizos acomodados, quienes imitaban a los europeos considerándose por ende, los portadores del progreso y la civilización. Habitaban en las grandes casonas de los centros de las poblaciones y se consideraban superiores en términos raciales a los primeros. Aspiraban a la desintegración de las formas de propiedad comunal, para incorporarlas a los latifundios y disponer de una mano de obra libre para el desarrollo de productos agrícolas de exportación. Dentro de esta lógica, consideraban las formas de vida tradicionales de los indios como producto del atraso. Los criollos con la ventaja del control del Estado, usurpaban tierras comunales e incentivaban a los ladinos y otros particulares a ocuparlas. Es decir que el progreso y la civilización que ellos proponían eran excluyentes con relación a la mayoría de la población indígena y mestiza pobre. Es válido anotar que según las fuentes que provienen de estudios que se realizaron por parte de viajeros de la calidad de Squier y Levy la población indígena seguía siendo mayoritaria para la época. Levy llega a la conclusión de que la población indígena en 1870 es de un 55 %, un 40% de mestizos, 4.5 de blancos y un 0.5% de origen africano. Por lo que la población indígena hacia los años de 1840 debió haber sido de un 60%.
La población autóctona recurrió a distintos mecanismos para defender su sistema de valores y su sobrevivencia, tales como recursos legales, boicot a los grandes propietarios, hasta su participación directa en acciones armadas como las llamadas “guerras anárquicas” de 1845-1849 que se extendieron al Centro-Pacífico-Norte del país. Luchas que fueron dirigidas principalmente por los caudillos Bernabé Somoza y José María Valle.
En la isla de Ometepe, aconteció algo que puede ser ilustrativo de este comportamiento. Un ciudadano norteamericano de origen alemán refirió en 1849 que realizó en la isla un proyecto de cultivo y procesamiento del algodón, importó maquinaria para desmontar y elaborar la fibra, “pero los indios se volvieron holgazanes e ingobernables. Y un día un grupo de ellos invadieron su hogar, violaron a su mujer (…) y prendieron fuego a su casa. Algunos de los malvados fueron después capturados identificados y fusilados (Squier1970 p. 410). Pero esto no fue suficiente, Woeniger que era como se apellidaba el extranjero persistió en su empeño, hasta que fue atacado por sus propios peones, tras matar a uno o dos de ellos, tuvo que huir de la isla abandonando su proyecto y su propiedad. Los indígenas actuaron de esta manera porque tras el éxito de este señor vendrían otros propietarios y extranjeros a seguirles arrebatando sus tierras y a desarraigarlos de su mundo tradicional.
Los mitos y los dioses ancestrales. A pesar del celo de la Iglesia Católica por desarraigar a la población indígena de sus antiguas creencias “paganas”, éstas se mantuvieron expresándose en prácticas sincréticas con el culto católico, el apego a mitos mesiánicos trasmitidos por la tradición oral y la realización de ritos a sus antiguos dioses en adoratorios clandestinos.
Por esos mismos días, Squier vio adoratorios destruidos por la iglesia. Los sacerdotes los destruían con mucha cautela para después atribuirlos a rayos que enviaba Dios a destruir los ídolos paganos. Los indígenas por supuesto no se tragaban estas historias, uno de ellos decía muy jocosamente a Squier que ese rayo (el que había destruido según los curas una imagen días atrás) tenía dos canillas y vestía de sotana”(Squier 1970 p.249).
En la isla de Ometepe, tras cincuenta años de tratar de descubrir un ídolo al que acudían los indios a celebrar ritos y libaciones, los sacerdotes por fin lo encontraron y a solicitud del mencionado señor Woeniger se lo entregaron con la promesa de que se lo llevaría fuera de la isla(Squier 1970 p.415).
Empero en los pobladores indígenas y mestizos -que se reconocían como indios- existía algo más que respeto y celo por lo que fue sagrado para sus ancestros. Existió la tendencia a entrelazar sus creencias con mitos mesiánicos que pervivían dentro del imaginario colectivo, tales como la idea de que célebres jefes indígenas iban a retornar a la vida a resarcir el mundo prehispánico y acabar con la opresión de los ricos criollos descendientes de españoles. Squier pudo darse cuenta que los indígenas que habitaban las isletas y las costas del Gran Lago de Nicaragua alimentaban esta posibilidad. Dice el cronista al respecto: Al igual que los pocos de Nuevo México, algunos naturales de Nicaragua mantienen aún la creencia de que Moctezuma va a volver algún día a resarcir su imperio (Squier1970 p.364). Por lo que no pueda resultar extraño de que los indígenas hayan visto en caudillos rebeldes como Cisneros, Valle y Somoza, la reencarnación de algunos de los célebres jefes indígenas. De allí que haya sido la población indígena, la principal nutriente de estos movimientos.
La participación de los indígenas en las rebeliones no fue tan cohesionada ni continua, dada la dispersión de las comunidades en el territorio, fue más evidente la participación masiva de indígenas en las dos etapas que se han establecido para estudiar estos hechos: en Occidente y el Norte en los años de 1845 y 1846; en el Oriente y Sur entre 1848 y 1849. Pero se deben de tomar en cuenta los elementos ideológicos complementarios de estos basamentos tales como las ideas modernas que llegaron desde fuera como el liberalismo doctrinario de esos años, lo cual podría ser otro tema.
Conciencia de clase. Contrario a lo que han asegurado distintos escritores de que estas luchas fueron producto de furores ciegos, los indígenas tenían claro en esa época el panorama de su identidad clasista y étnico-social e identificaban en esta dirección a su contraparte. Squier quien se había ganado su confianza se sorprendió cuando la población de Sutiava le manifestó su disposición a levantarse en armas contra los de León cuando él lo ordenara. El orador le dijo al ministro americano estas palabras: “Los españoles nos han puesto sus pies en la garganta mucho tiempo: esperamos que los hijos de Washington les comprimirán como lo hemos sido por ellos; los aborrecemos”. (Squier 1850 p. 519). Algunos lectores influidos por la visión patriótica que se ha configurado hasta hoy, pueden entender esto último como una aberración, más en su tiempo histórico la contradicción principal no era con un ministro americano, quien se presentó como visitante, sino con sus explotadores y opresores históricos: los españoles del centro de León.
Bibliografía Básica y fuentes consultadas:
Casanova Fuertes Rafael, Los conflictos políticos y sociales entre 1845 y 1849 en Nicaragua. UCR. San José Costa Rica 1995 (Tesis Inédita).
Chamorro Z., Pedro Joaquín. Fruto Chamorro. Editorial La Unión. Managua 1960.
Levy, Paúl. “Notas geográficas y económicas de Nicaragua”. En revista Conservadora del Pensamiento Centroamericano Nº 61Publicidad de Nicaragua. Managua 1965.
Rudé , George. La multitud en la Historia. Siglo XXI .Madrid, 1979.
Squier G. E. Nicaragua sus gentes y sus paisajes. EDUCA San José ,1970.
Gaceta del Gobierno Nº 76. San José, Costa Rica.
Registro Oficial (varios números de los años de 1845 y 1847) editados en Masaya y León) consultados el Archivo Nacional de Costa Rica.
Historiador. Sala de Investigaciones Biblioteca del Banco Central de Nicaragua.
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